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martes, 13 de mayo de 2014

Artritis Reumatoide

Introducción (primera parte)


La artritis reumatoide (AR) es una enfermedad articular, autoinmune, multisistémica, inflamatoria y crónica, cuyo órgano blanco principal es la membrana sinoviál. Afecta principalmente a las mujeres en una proporción 3 a 1 en el mundo con relación a los hombres y su prevalencia en la población latinoamericana es cercana al 0,5% (Delgado-Vega, Martín, Granados & Anaya, 2006; Gutiérrez & Londoño, 2004). La prevalencia aumenta con la edad y las diferencias entre género disminuyen en el grupo de población de edad avanzada. El inicio de la enfermedad es más frecuente durante el cuarto y quinto decenios de la vida y el pico de incidencia ocurre entre los 35 y 50 años de edad –80% de los casos– (Ramos, 1999).
Aunque su causa es desconocida, se han identificado factores endocrinos, ambientales y genéticos involucrados en su desarrollo, los cuales pueden variar de una población a otra. La existencia de agregación familiar indica su carácter hereditario.
Sin embargo, la herencia de la AR es poligénica y no sigue un patrón mendeliano (Delgado-Vega et ál., 2006; Gutiérrez & Londoño, 2004). Entre los factores relacionados se encuentra el posible efecto modulador de anticonceptivos orales, la fertilidad, la terapia de reemplazo estrogénico, la edad de la menarquia, la fertilidad y el embarazo.
Otros factores relacionados y que tienen un efecto modulador sobre el pronóstico de la enfermedad son la educación, el estatus marital, el nivel socioeconómico y el inicio de la terapia luego del comienzo de los síntomas, la adicción al tabaco y la dieta. Con frecuencia la AR compromete otros órganos distintos a las articulaciones y tiene un impacto adverso en la esfera biopsicosocial (Gutiérrez & Londoño, 2004; Rojas-Villarraga
et ál., 2009).

La incapacidad física asociada con la AR afecta el campo laboral del paciente dificultándole mantener un empleo estable. La incapacidad laboral entre los 5 y 10 años desde el inicio de la enfermedad en diferentes países es del 43% al 50%, en muchos casos no vuelven a trabajar o cuando lo hacen se encuentran con que deben ocupar un cargo de menor responsabilidad (Cadena et ál., 2003). 

martes, 22 de abril de 2014

Eutanasia y encarnecimiento terapéutico

Eutanasia y encarnecimiento terapéutico
Dos cuestiones se plantean con cierta frecuencia en la sociedad contemporánea en torno al paciente terminal: la posibilidad de provocar la muerte a demanda y la de defenderse de una excesiva y deshumanizadora tecnificación en las últimas fases de la enfermedad.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la eutanasia como aquella “acción del médico que provoca deliberadamente la muerte del paciente”.
Esta definición resalta la intención del acto médico, es decir, el querer provocar voluntariamente la muerte del otro. La eutanasia se puede realizar por acción directa, v.g. proporcionando una inyección letal al enfermo, o por omisión, v.g. no proporcionando el soporte básico para la supervivencia del mismo. En ambos casos, la finalidad es la misma: acabar con una vida enferma.
Los argumentos a favor y en contra de la eutanasia se dividen en tres grupos: los relacionados con el consenso, la dignidad de la persona humana y la autonomía personal.
El consenso:
Los derechos humanos no son otorgados por el número de votos obtenidos, ni por la sociedad, ni por los partidos políticos, aunque deben siempre reconocerlos y defenderlos. No se basan tampoco en el consenso social, ya que los derechos los posee cada persona, por ser persona. Las votaciones parlamentarias no modifican la realidad del hombre, ni la verdad sobre el trato que le corresponde.
Hay quien asume equivocadamente el principio legislativo como la única fuente de verdad y de bien, dejando la vida humana a merced del número de votos emitidos en un Parlamento. Las legislaciones sobre el aborto, la clonación humana, la fecundación extracorpórea y la experimentación embrionaria son consecuencia de la aplicación del principio de las mayorías.
La dignidad de la persona humana:
La dignidad de la persona humana, al igual que la libertad, es algo intrínseco a ella y no definido por las circunstancias externas: el ser humano siempre, en todo caso y situación es excepcional e irrenunciablemente digno por sí mismo. También se puede considerar la dignidad en otro plano, el que define el diccionario como "gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse". En ambos casos la dignidad “nace” de la persona, no es un regalo de la sociedad ni del entorno.
El nacer y el morir son sólo hechos. No pueden ser tenidos como dignos o indignos según las circunstancias en que acontezcan.

La autonomía personal:
"El derecho a morir no está regulado constitucionalmente, no existe en la Constitución la disponibilidad de la propia vida como tal". El derecho absoluto sobre la vida conllevaría otros derechos como la posibilidad de vender los propios órganos, de alquilar el cuerpo para experimentación sin límite de riesgo, de comerciar con el espectáculo de la propia muerte, de aceptar voluntariamente la esclavitud, etc.
El hombre, siendo una totalidad en sí mismo, es a la vez social por naturaleza. Nace, independientemente de su voluntad, inserto en un momento histórico determinado, y asimila a lo largo de su vida el bagaje de conocimientos de la sociedad que le rodea, que a su vez contribuye a enriquecer. Vive en interacción dinámica con su entorno natural y social, sin el cual la supervivencia sería imposible. Por todo ello, el rechazo frontal a la vida no sólo es contrario a la naturaleza de la condición humana, sino también a la sociedad. Además, la persona que sufre tiene derecho a esperar de la sociedad en la que vive el soporte necesario para mitigar su padecimiento físico o moral.
El principio de autonomía forma parte de los fundamentos de la bioética. Subraya la libertad del individuo de decidir frente a las propuestas del entorno. No anula la responsabilidad inherente a dichas decisiones. No es un absoluto en sí mismo; carece de sentido sin las referencias de los demás principios de la bioética y del resto de la comunidad. Es abiertamente contradictorio invocarlo de forma aislada y a fin de obtener el respaldo mayoritario de la sociedad a una acción radicalmente antisocial. El apoyo a las diferentes formas de escapismo (conductas marginales, drogadicción, o en su forma más extrema, los diversos tipos de suicidio) invierte el genuino sentido de la solidaridad, que, correctamente entendida, no consiste sino en un compromiso radical en el alivio del paciente. Ninguna vida humana es dispensable o indigna de ser vivida.
El acto médico se basa en una relación de confianza donde el paciente confía al médico el cuidado de su salud, aspecto primordial de su vida, de sí mismo. En la relación entre ambos no puede mediar el pacto de una muerte intencionada.
Las difíciles circunstancias que provocan algunas enfermedades o una experiencia familiar desagradable pueden ser causa de una posición personal a favor de la eutanasia. Pero los casos extremos no generan leyes socialmente justas, por las dificultades que estos mismos comportan. La aceptación del acto de matar intencionadamente a un paciente como solución para un problema abre el camino a otros problemas para los cuales matar sea la solución.

La eutanasia no resuelve los problemas del enfermo, sino que destruye a la persona que tiene los problemas.

continuara....

miércoles, 5 de febrero de 2014

Cuando hay mucho que hacer

Cuando una persona se enfrenta a una enfermedad que no tiene tratamiento curativo debe hacer una ruptura con todo lo anteriormente conocido y con la aparente seguridad de controlar lo que ocurre en su vida. Se debe enfrentar a una enfermedad, a unos síntomas, a una nueva situación laboral, social, familiar, espiritual, de deterioro, de incapacidad y de dependencia, planteamientos del sentido de la vida si no ha podido o querido hacérselos antes, de la enfermedad y de la muerte. Aparecen todo tipo de miedos, miedo al dolor, miedo a nuevos síntomas, a perder el control, a la noche, a la comida, al espejo, a la soledad, a morir sufriendo, a no despertar, al más allá, a lo desconocido, por su familia cuando él/ella falte…
Para la familia supone también cambios estructurales, económicos, psicológicos, sociales. El familiar debe convertirse en cuidador con el frecuente abandono de su trabajo habitual, de sus horas libres, de su vida de relación con la responsabilidad en algunos casos no compartida surgiendo en ocasiones un cansancio progresivo, angustia y toda clase de miedos también, miedo a no hacerlo bien, al contagio, a la enfermedad, a la pérdida del ser querido.
Los Cuidados Paliativos intentan ayudar al paciente y a su familia a minimizar al máximo todos estas situaciones y conseguir el máximo bienestar y confort a todos los niveles.
Los programas de cuidados paliativos están destinados a mantener o mejorar las condiciones de vida de los pacientes cuya enfermedad no responde a un tratamiento curativo. Se intenta controlar no solo el dolor y otros síntomas sino también el sufrimiento para conseguir que viva con plenitud sus últimos meses o días de vida.
Un minuto puede estar más lleno de vida que una larga vida completamente vacía.
Los objetivos se basan en 4 principios fundamentales: COMUNICACIÓN, CONTROL SINTOMÁTICO, APOYO FAMILIAR Y SOBRETODO RESPETO a los criterios del paciente.
Se tratará de alcanzar que el paciente esté con el menor número de molestias, en un ambiente relajado, animando y apoyando que, tanto paciente como familia y equipo asistencial puedan hablar de la enfermedad, del pronóstico y de facilitar finalizar cuestiones no conclusas.
El tratamiento debe ser permanente e intensivo, programado y a demanda del paciente ya sea en domicilio o en las unidades hospitalarias.
Será proporcionado por un equipo multi e interdisciplinar bien coordinado con objetivos elaborados de manera individualizada ya que todos los pacientes no tienen ni los mismos síntomas, ni la misma cultura, ni la misma biografía, ni iguales creencias o planteamientos de la vida y en ningún caso imponiendo nuestros criterios.
En estas situaciones ¿Aún pensamos que no hay nada que hacer?
Fuentes:
Asociación Española Contra el Cáncer. Cuidados de enfermería en el paciente oncológico.
Enfermería en cuidados paliativos. E. López Imedio. ed panamericana.