EL MIEDO
“Así que no os preocupéis del
mañana, el mañana se preocupara de sí
mismo. Cada día tiene bastante con su inquietud”
Quien más, quien menos, todos
tenemos ese último momento de ruptura. De radical ruptura con nosotros mismos,
con los demás, con el mundo. Ruptura con
lo que somos y con lo que hemos sido. Ruptura con lo que conocemos y con lo que
amamos, es un paso hacia lo desconocido. Ese momento que necesariamente nos
aguarda a todos y al que un día deberemos responder sana o insanamente, es una situación
de crisis que abordaremos con nuestra desnuda existencia con nuestro Yo más auténtico.
El morir y la muerte despiertan
más miedo que ninguna otra circunstancia de la vida. En el miedo a la muerte,
reconocemos la angustia fundamental del ser humano “un ser destinado a la
muerte”. Formula que hace que la muerte no sólo el destino del hombre sino la
sustancia de la que está hecha su vida. La muerte es especialmente difícil de
entender en nuestra sociedad urbana y consumista, que lleva a la necesidad de
negar su realidad. Por la negación, u
ocultamiento no logran invalidad o anular la realidad de la muerte, su presencia
presente en el curso de la vida. Esta presencia, se ha dicho, está dada por el
destino del hombre como un ser para la muerte. De tal modo que la muerte está
presente en cada instante de mi vida y no solamente por el hecho de que puede
ocurrir en cualquier momento sino además porqué está gobernando y rigiendo
todos mis actos.
El hombre intenta negar aquella
realidad de su existencia ante la cual no logra ni una escapatoria exitosa, ni
una resignación reconfortante.
Una de las maneras que nuestra
cultura nos enseña a temer a la muerte (y a la vida) es haciendo de la
seguridad una meta. La seguridad total es, desde luego una ilusión. La vida es
un proceso de cambio y la vulnerabilidad y el riesgo son inherentes en
cualquier momento. Aferrarse a la seguridad o perseguirla crea más inseguridad
y miedo. Sin embargo, la gente vive enlatada, en conserva, se suelen conformar
con poco, pasan por la vida de forma anodina, y aunque creo que no sufren
hondamente, tampoco disfrutan con plenitud. Tengo la impresión de que viven en
un estado de vitalidad mediocre. A fuerza de querer conservar la vida, la van
perdiendo. Conservarla es perderla. Los que viven plenamente bordean
inevitablemente la muerte.
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