viernes, 14 de marzo de 2014

EL MIEDO...

EL MIEDO

“Así que no os preocupéis del mañana,  el mañana se preocupara de sí mismo. Cada día tiene bastante con su inquietud”


Quien más, quien menos, todos tenemos ese último momento de ruptura. De radical ruptura con nosotros mismos, con los demás, con el mundo.  Ruptura con lo que somos y con lo que hemos sido. Ruptura con lo que conocemos y con lo que amamos, es un paso hacia lo desconocido. Ese momento que necesariamente nos aguarda a todos y al que un día deberemos responder sana o insanamente, es una situación de crisis que abordaremos con nuestra desnuda existencia con nuestro Yo más auténtico.
El morir y la muerte despiertan más miedo que ninguna otra circunstancia de la vida. En el miedo a la muerte, reconocemos la angustia fundamental del ser humano “un ser destinado a la muerte”. Formula que hace que la muerte no sólo el destino del hombre sino la sustancia de la que está hecha su vida. La muerte es especialmente difícil de entender en nuestra sociedad urbana y consumista, que lleva a la necesidad de negar su realidad.  Por la negación, u ocultamiento no logran invalidad o anular la realidad de la muerte, su presencia presente en el curso de la vida. Esta presencia, se ha dicho, está dada por el destino del hombre como un ser para la muerte. De tal modo que la muerte está presente en cada instante de mi vida y no solamente por el hecho de que puede ocurrir en cualquier momento sino además porqué está gobernando y rigiendo todos mis actos.
El hombre intenta negar aquella realidad de su existencia ante la cual no logra ni una escapatoria exitosa, ni una resignación reconfortante.

Una de las maneras que nuestra cultura nos enseña a temer a la muerte (y a la vida) es haciendo de la seguridad una meta. La seguridad total es, desde luego una ilusión. La vida es un proceso de cambio y la vulnerabilidad y el riesgo son inherentes en cualquier momento. Aferrarse a la seguridad o perseguirla crea más inseguridad y miedo. Sin embargo, la gente vive enlatada, en conserva, se suelen conformar con poco, pasan por la vida de forma anodina, y aunque creo que no sufren hondamente, tampoco disfrutan con plenitud. Tengo la impresión de que viven en un estado de vitalidad mediocre. A fuerza de querer conservar la vida, la van perdiendo. Conservarla es perderla. Los que viven plenamente bordean inevitablemente la muerte. 

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