Enfermedad, ¿naturaleza o cultura?
La mirada nosológica
proyectada al campo del cuidado de la salud ha permitido un impresionante desarrollo
de la prevención, el diagnóstico, el tratamiento y la rehabilitación de las
enfermedades en beneficio de millones de personas. No obstante, las limitaciones
de tal aproximación se hacen ostensibles cuando nos acercamos más al ámbito de
lo cultural: a los usos y costumbres, a los hábitos, tradiciones y creencias de
las personas, a sus condiciones y circunstancias de vida.
Es aquí donde la visión
centrada en la enfermedad resulta insuficiente y, con frecuencia, un obstáculo para
profundizar en otras facetas de la problemática que desafía a los servicios de
salud.
En multitud de
enfermedades crónicas, y en particular la diabetes mellitus tipo 2, lo cultural
suele tener una influencia decisiva en su devenir, como lo podrían atestiguar a
diario los integrantes del equipo de salud en su ejercicio profesional; empero,
el predominio del enfoque nosológico como la aproximación casi exclusiva del
médico en la atención de pacientes, obstaculiza o impide tomar conciencia de
todo lo que ocurre fuera de dicho enfoque.
Tal situación amerita
replantearnos algo que se da por sentado y se considera de sobra conocido: ¿qué
son las enfermedades crónico-degenerativas?
Para responder a esta
interrogante confrontaré dos concepciones. Una, de aceptación general, las piensa
como desviaciones del sendero de la salud; la otra, inusitada en la práctica
médica, las considera “formas de ser particulares y diferenciadas” de los seres
humanos.
Como desviaciones del
sendero de la salud, las enfermedades crónicas constituyen propiamente objetos
susceptibles de intervenciones directas o indirectas con propósitos
predeterminados: prevención primaria, detección oportuna, limitación del daño,
rehabilitación. Es decir, los conceptos salud-enfermedad permiten el despliegue
de acciones técnicas e instrumentales, de variable complejidad, con
potencialidad creciente para evitar o retardar la aparición de cierta
enfermedad, detener o “silenciar” su evolución, y restituir las funciones
disminuidas o perdidas.
En todas estas acciones
se trata de devolver esa desviación, lo más que sea posible, al patrón de referencia
que llamamos salud. Si, por otra parte, consideramos a las enfermedades crónicas
como “formas de ser”10 particulares y diferenciadas de ciertos grupos de personas,
debemos ir más allá del ámbito de lo técnico de la enfermedad y de la salud
para incursionar en el padecer, en la esfera psicosocial, en las tradiciones,
en las formas de vivir, en una palabra, en lo cultural. Bajo esta perspectiva,
lo que caracteriza a estas formas de ser (las enfermedades crónicas) respecto a
otras que no consideramos enfermedades, son los malestares, los sufrimientos,
los inconvenientes y las limitaciones de quienes las padecen.
Pasaré ahora a analizar
con cierto detalle las implicaciones de estas dos ideas divergentes —aunque no
excluyentes— en cuanto a las enfermedades crónicas, que expresadas de manera
sucinta corresponden en un caso a la forma objetivada de ciertos tipos de
desviación de la salud y en el otro, a la forma de ser específica de ciertos
grupos de personas.
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